miércoles, 31 de enero de 2018

HISTORIA DEL JUEGO DE LOS BOLOS

    

                       Historia del juego de bolos



          El juego de bolos recibe diferentes nombres en función del país donde se practique. Del mismo modo pueden existir pequeñas diferencias en sus características y normas de juego. Boliche, bowling, birillas, mingos, bitlles…, diferentes nombres pero un origen común.

Lo primero que debes saber es que el juego de los bolos es considerado uno de los deportes más antiguos de la humanidad. En su inicio, no era como el que conocemos y jugamos en la actualidad. Con el paso de los siglos ha ido sufriendo una constante evolución y diversas modificaciones en su reglamento.

 La primera constancia de una civilización o pueblo que jugase a los bolos la tenemos en el Neolítico, sobre el 4.500 a.C. A juzgar por los artefactos encontrados en yacimientos arqueológicos tales como bolas de piedra y bolos de hueso, se puede deducir que era un juego bastante parecido al actual.

 También se practicaba en el Antiguo Egipto. Esta afirmación se basa en unos restos que fueron encontrados en 1930 por el arqueólogo británico Finders Petrie en la tumba de un niño egipcio que data del año 3200 a.C. Se trata de unos elementos con la forma de unos primitivos bolos. 


Los antiguos griegos llamaron esferistikós a un juego parecido al actual de las bochas o bolos. En la Grecia Clásica veían en su práctica un ejercicio saludable que permitía la distensión de sus ciudadanos permitiendo un divertimento popular.

El poeta griego del siglo VIII a.C. Homero, narra cómo los pretendientes de Penélope, esposa de Ulises, jugaban a los bolos o juego de Procos para dirimir sus querellas sentimentales y ocupar sus ocios durante la larga espera. De hecho, el juego de los bolos deriva su nombre del griego bolos = pedazo de palo.
Del mismo modo, en la gloriosa y Antigua Roma, era habitual que se realizaran partidas de este deporte que parece ser el origen del juego de bolos. Era una distracción que se extendió por todas las tierra del Imperio Romano


A lo largo de la Edad Media el de los bolos era juego extendido a todos los segmentos de la población, y uno de los pasatiempos más populares. No tardó en convertirse en un juego de competición y en regularse de algún modo, siendo pasatiempo de nobles y ricos hombres.
Al parecer, el primer club de bolos fue inglés, de la ciudad de City of Southampton, fue fundado nada menos que en 1299. En Inglaterra gozó de tanto favor popular que el rey Eduardo III (1312 – 1377) llegó a preocuparse y, en 1365, lo prohibió: como el fútbol, hacía peligrar la práctica utilísima del tiro con arco, la esgrima y la equitación, actividades necesarias para la guerra.


Pero el pueblo no cejó en su práctica y superó todas las prohibiciones. El rey inglés Enrique VIII (1491-1547) se aficionó tanto a él que en el año 1530 mandó construir pistas para lanzamiento de los bolos en su palacio de Whitehall, placer que quería para él solo, ya que lo prohibió a sus súbditos.
En la Francia del siglo XIV se le daba el nombre de jeu des grosses boules. La nobleza y sobre todo el rey Carlos V de Francia l (1338 – 1380) lo prohibieron en 1369. No obstante lo cual, el juego seguía contando con adeptos que lo practicaban a escondidas, cuando no a campo abierto en la zona de Lyon.


Uno de los que se preocuparon de dotarlo de mejoras fue Martín Lutero (1483 – 1546), que fijó en nueve el número de bolos. El juego actual de bolos se reglamentó a mediados del siglo XIX.
Este juego de las bochas, como hemos dicho, no había experimentado solución de continuidad desde la Antigüedad. Y nueve fueron los bolos a abatir hasta que en 1845 se le añadió el décimo bolo en Estados Unidos, donde su popularidad es tan grande como el número de quienes lo practican (más de 70 millones e jugadores en la actualidad) desde que lo llevaron al país norteamericano los colonos holandeses en el siglo XVII.


En España:
Ya se jugaba en Castilla en el siglo XVI poniendo derechos en el suelo nueve trozos de madera labrados en forma cónica y formando tres hileras equidistantes: la gracia estaba en derribar los más que se pudiere tirando con una bola desde una raya señalada. En algunos sitios, como Andalucía, se podía poner delante otro que recibía el nombre del diezbolos. En la novela picaresca del andaluz Francisco López de Úbeda, La pícara Justina(1605) se lee: “Tornemos a poner bolos, y vaya de juego, que no quiero predicar más”.

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